1972 – Goya, Corrientes, Argentina
Puedo verme recostada en la cama junto a mi madre,
apoyando mi cabeza contra su vientre abultado, hablándole a mi hermano por
nacer.
1972 – San Juan, Argentina
Puedo recordar estar en el primer piso del colegio San
José en San Juan, y que me avisaran que mi padre me había ido a buscar antes de
la hora de salida. Había fallecido mi
hermano por nacer.
Recuerdo su féretro blanco y pequeño metido en un nicho
de cemento oscuro y triste. Cada vez que
volvíamos a San Juan visitábamos el cementerio, pero para mí era un lugar
habitado por olores fétidos, flores en mal estado y un hacinamiento de placas y
nombres en pasillos que poco hablaban del amor.
Sé que aquel día estuve triste y lloré, pero luego, ya
no se habló en casa de Eduardito.
Tampoco había fotos de mi madre embarazada, aunque sí había muchas fotos
de toda la familia en esa época, incluso diapositivas.
Sólo con los años comprendí la tristeza callada de mi
madre, la desilusión, las mentiras y los secretos jamás revelados. Yo tenía 8 años y mantengo mi memoria clara y
vívida desde los 2 años, pero, por alguna razón, o quizá por lealtad al clan
familiar, mi memoria archivó ese recuerdo, como un caso carente de emoción o
razón alguna para hacer un duelo.
2023 – San Luis, Argentina
Era un sueño extraño, pues un bebé nacía con algunos
órganos faltantes y yo podía ver su cuerpito por dentro. Incluso, podía ver en paralelo, que si
hubiera crecido, sus signos vitales hubieran sido sostenidos por aparatos y
tubos. En el sueño, su padre se llamaba
Eduardo y había otro bebé que había nacido con un padre llamado también
Eduardo, que luego moría trágicamente.
Me desperté con un dolor en el pecho, algo que me sucede bastante
seguido últimamente. No comprendía ese
sueño, pero sentía que había regresado de un largo viaje.
El cerebro, a veces decodifica el subconsciente en
forma de sueños, y usa símbolos, palabras o imágenes del modo que encuentra
posible, no siempre siguiendo un razonamiento lógico.
Algunas horas después del sueño, tuve la sensación que
ese bebé era mi pequeño hermano Eduardo y que el nombre no correspondía a su
padre, sino a él mismo. Lo había
recordado el año pasado, leyendo el borrador de una biografía familiar. Me había causado tristeza leer que se
referían a él como un chico cualquiera, como algo amorfo, carente de alma y
espíritu, como un amasijo de cuerdas y tendones,
como dice la canción La Maza, de Silvio Rodríguez, cantadapor Mercedes Sosa.
Como dudaba de mi interpretación, decidí hacer una
sesión de consulta con Péndulo Egipcio / Terapéutico. No solo mis Guías Espirituales confirmaron
que era su visita, sino que debía rezar por él y sanar la herida que él había
dejado en mi corazón. Me dijeron que su
alma no necesita mi ayuda, ni tampoco que escriba una historia para él; pero yo
solo puedo sanar escribiendo así es que pensé que escribirle una carta, sería
la mejor manera de conectar con aquella emoción archivada.
La visita del alma de Eduardo, no es una casualidad. Estoy trabajando desde hace unas semanas con emociones atrapadas que han construido un muro rígido en la periferia de mi corazón (heartwall), causando síntomas físicos que han agudizado algunas dolencias cardíacas, consideradas en español como síndromedel corazón roto. (Los signos y síntomas más comunes del síndrome del corazón roto son angina (dolor torácico) y respiración entrecortada. Estos síntomas pueden presentarse incluso en personas que no tienen antecedentes de cardiopatía.)
La emoción atrapada por la pérdida de Eduardo, no es el único hallazgo en el muro de mi corazón, pero si me sorprendió su visita en el sueño, y sobre todo, descubrir, que eso había quedado en algún rincón olvidado de mi corazón.
San Luis, Argentina – 10 de julio de 2023
Querido Eduardo,
Puedo recordar la ilusión y la alegría con la que te esperaba. Ya tenía un hermano que había nacido cuando yo tenía 4 años, pero por alguna razón de él solo tengo recuerdos cuando ya era un bebé de unos cuantos meses.
Seguramente yo tenía 7 años cuando ya te anunciaste en el vientre de nuestra madre. A esa edad, yo ya la ayudaba con varios quehaceres de la casa e incluso con el cuidado de nuestro hermano Gustavo.
Nuestra madre y yo estábamos seguras de que nacerías sano y traerías alegría a nuestra familia. Nuestro padre y los médicos supieron que no tendrías chances al nacer, pero eligieron guardar secreto y dejar que el día del parto llegara como cualquier otro.
Nos habían dicho que nos mudábamos temporalmente a San Juan, para que nuestra madre estuviera acompañada por sus hermanas y su madre y tuviera contención emocional. Claro, esa contención sería necesaria porque te faltaban órganos vitales para tu vida fuera del útero. Nunca supe realmente si naciste muerto o moriste al nacer. Creo que mi madre no pudo ver tu cuerpo. Había cosas de las que no se hablaba en la familia y aún siguen sin hablarse.
Creo que por lealtad y por ser buena hija, me sumé al silencio, no hice preguntas incómodas y permití que el rumor se fuera debilitando hasta convertirse en una historia que parecía ajena.
Cada vez que nos mudábamos repentinamente a San Juan, nuestra tía Mary, hacía los trámites en el colegio San José, donde ella trabajaba, para que nos aceptaran a Gustavo y a mí, aunque fuera en la mitad de año escolar.
Recuerdo ese día, aunque no sé la fecha. No había presagio de inconvenientes o problemas con el embarazo y mi madre estaba inocentemente feliz con tu llegada. Cuando llegaron al grado para avisar que nuestro padre había ido a buscarme, yo bajé corriendo las escaleras, entusiasmada por conocerte. Te había cantado canciones de cuna y te había contado historias mientras mamá estaba embarazada. Pero al ver la cara de nuestro padre, supe que algo no estaba bien. Allí termina el recuerdo.
No recuerdo si fui al sanatorio, si vi a nuestra madre o qué sucedió después. Tampoco sé cuándo fue la primera vez que vi tu pequeño féretro blanco en ese nicho tan desagradable en el cementerio de capital en San Juan.
A mis 58 años me doy cuenta que nunca te incluí en mi historia familiar, que nunca te conté ni siquiera como un angelito. Nunca tuve en cuenta tu alma en la sanación de nuestro árbol familiar. Cada vez que me preguntaban por hermanos, siempre respondía que tenía un solo hermano 5 años menor. (Nació cuando yo tenía 4, pero algunos meses después, cumplí 5 ese mismo año.)
En pleno invierno del año 2023, me prometo y te prometo, que cada vez que alguien pregunte, diré que tengo 2 hermanos, uno en la tierra, y otro en el cielo. Siempre fuimos tres, aunque no tuviéramos permiso para mencionarte como parte de nuestra familia.
Cuando supe de las mentiras y los secretos alrededor de tus malformaciones físicas, sentí pena por mi madre, como mujer sentí que dejar que la ilusión y la alegría durara hasta el día del parto, había sido injusto y cruel, un golpe bajo, que solo una mujer puede comprender. A veces, las personas que nos aman, nos protegen de la verdad, porque consideran que saben lo que es mejor para nosotros, o que no somos lo suficientemente fuertes para afrontar la realidad.
Yo elijo honrar tu verdad, mi verdad y las verdades que nunca conocieron la luz.
Yo me permito nombrarte y recordar la tristeza de saber que no podría vestirte con la ropa que habíamos preparado para ti; con la pena de no haber visto jamás tu rostro ni tocado tu manita; con el duelo reprimido de no haber llorado jamás tu ausencia.
Creo que escuché decir, en esos tiempos, que ese cuerpo tuyo, no podía tener alma, si ni siquiera tenía chances de desarrollar su cerebro. Sin embargo, yo recuerdo haber sentido tu presencia, cuando apoyaba mi oreja sobre el vientre de mamá. Tu alma aún está ahí, brillando en alguna parte del universo y decidió anoche honrarme con su visita inesperada, para recordarme, que todo ser vivo es una chispa divina que merece nuestro respeto, nuestra oración y nuestro amor.
Sé que no hubo ceremonias bonitas, ni altares en tu nombre, ni siquiera una foto para recordar tu rostro dormido. Sé que he sido cómplice de silenciar tu recuerdo e ignorar tu presencia.
Si hubieras quedado con vida en este planeta, hoy tendrías 51 años o estarías a punto de cumplirlos. Pero sé que las almas no tienen edad, no se miden en tiempo terrestre, sé que tu energía es atemporal. Sin embargo, quiero honrarte en ese pequeño cuerpo, frágil, desprotegido, que jamás recibió el amor y la ternura con la que se lo esperaba; que fue manipulado como un amasijo de huesos y tendones, sobre la mesada fría de un hospital. Quiero jugar a que te miro y te reconozco, a que poso mis labios sobre tu frente y bendigo tus restos en una ceremonia luminosa y sagrada.
Ya no quiero que vivas como una esquirla gris y oscura en el muro de mi corazón, allí donde están atrapadas todas las tristezas y todos los traumas. Quiero que vivas en el jardín de mi corazón, en un lugar especial con azucenas, allí donde nuestra abuela mágica nos cobija con su amor y su guía.
Con amor, tu hermana, Susannah.
Eres amado, eres bendecido, eres recordado.